lunes, 23 de septiembre de 2024

INCENDIO

 



Llevar la contraria fue siempre un deporte minoritario que, salvedad hecha de los niños maleducados, a partir de cierta edad solo se atrevían a practicar espíritus inusualmente aguerridos en sociedades muy pero que muy avanzadas.

Eso era antes, claro. 

Hoy, esa disciplina la cultivamos casi en exclusiva los bocachanclas de la familia a la vez que viajamos de la segunda a la tercera copa -el codo plantado como un piolet sobre la barra del bar de debajo de casa, naturalmente-, solo por darle al puntito que amanece con la cuarta esa mano de heterodoxia que abre luego tantas puertas a la hora de ligar con la camarera. Quiero decir que en un mundo como el presente, lleno de bares llenos de ligones frustrados y, por tanto, de negacionistas perfectamente capaces de ganarse la vida en el circo, dar con un disidente que no vaya borracho y de verdad merezca ese nombre no deja de ser un pequeño milagro. 

Por eso vengo yo hoy aquí con esta cara de felicidad. Cómo no traerla, si he sido testigo de uno. Imaginaos: yo era un tonto y encontré un lápiz... O sea, una disidencia en condiciones. Una de esas disidencias que contaminan el hígado con la aberración más sucia antes de infectar el alma con la pasión más ciega, y, aun así, son capaces de justificarse luego con algo mejor que el idioma de los eruptos y la autoridad de mis santos cojones. "De acuerdo, yo seré un hijo de puta de mierda, tal y como dicen que soy quienes me conocen, pero mi veneno", grita hoy mi conciencia de hereje, "tiene sentido".

Al calor de esa conciencia os propongo mirar las pestes que asolan el mundo -los cuarenta mil muertos de Gaza, los siete mil muertos de Ayuso, la última mujer muerta a manos de su pareja, por no ir más lejos- desde una perspectiva nueva, despótica y cruel, sí, y, por eso mismo, definitivamente heroica... O de otro modo: os propongo salir ahí afuera y proclamar a pesar de todo -o, mejor aún, contra todo-, la belleza. Perdón, corrijo: la Belleza.

Que rendirse a la belleza es el mejor modo de exaltar la vida todo el mundo lo sabe. Lo que a menudo se olvida es que la belleza, cuando va así, con mayúsculas, es siempre revolucionaria. Y que al héroe resuelto a acercarse a ella habrá de asistirle una virtud infinitamente más rara y preciosa que el valor.
También más puta.

La inocencia.


 

Oí “BOUMMM”, y corrí. Arriba, en el cielo,
podía verse el humo, cada vez
más denso y, en su centro, igual que un pez
por dentro de un gran témpano de hielo,

la luz. Sentía yo como un pañuelo
de seda entre los labios la fluidez
nueva del aire envenenado; y su hez,
picante y dulce, como un caramelo

azul. Llegué. Y aquello parecía
la guerra: llamas, lágrimas, gemidos
de angustia, y, de repente, azul, el grito

pelado de mi madre al ver que ardía
su piso tan callando. Hubo heridos,
y un muerto: azules. Todo fue bonito.